Algunos
creían que exageraba en mi libro “En el lenguaje lascivo de los perros”
cuando en el relato El matarife cuento como
mi padre tuvo que anexar una habitación detrás de su casa de campo para proteger
los pocos animales que posee, del depredador mayor, el hambre.
Todas estas historias resultan crueles, mas cuando el hombre entra en un estado de supervivencia, muchas veces es la única escapatoria al hambre. El hambre puede sacarle los comportamientos bestiales a un hombre. Me contó alguien que trabajó en el ordeño de vacas, que le ponían jabón liquido en las rampas de acceso al puente de ordeño para que las vacas se rajaran de las patas delanteras y una vez que no podían producir, las sacrificaban con autorización de un médico veterinario que llegaba a certificar, adivinen cómo; con jaba y cuchillo en mano.
Desde
el pueblo de San Antonio de Cabezas a través de un teléfono público de conexión
en serie al que hay que hacer girar una palanca para comunicarse porque es aún
de magneto y hay siempre más de una persona en la línea, saltando sobre
las conversaciones cruzadas, mi padre me cuenta que le mataron un buey, y
sigue…que le hace falta dinero para remplazarlo y sigue…y de esa tristeza
grande que a veces viene a habitarte el pecho, nació “El matarife” . La
historia es de cierta forma incompleta y lo será siempre como todas las
historias que no logran recoger a cabalidad las anécdotas que oralmente de
pueblo en pueblo se van diseminando.
“La
carne es la gran ausente de los hogares cubanos, la gente la añora más que
a los familiares que se fueron del país, lloran más por un bistec que por un
familiar muerto”, me dice Rolando Zayas recostado a un
mostrador en un café de Hialeah donde frecuentamos.
Durante
el periodo especial (en los años 90’s) hubieron sucesos que se transmitieron
oralmente por todo el país con eficacia tal que algunos apuntan como hechos
sucedidos en la región de la que son oriundos y dan detalles vívidos de lo
acontecido como sí lo hubieran visto. El hambre es hambre, lo mismo en Santa
Clara que en Regla y la creatividad es la única forma de supervivencia,
por lo que un hecho sucedido en Campo Florido bien pudiera repetirse en el
central Florida. De hecho, se cuenta que en Campo Florido le cortaron las patas
a una vaca y la montaron en calzos con un letrero que decía; Parada por falta de gomas de
repuesto.
“En
el tren de Hershey los pasajeros viajan con una jaba y un cuchillo” me
cuenta Rolando Zayas, "porque nunca se sabe si una vaca se atraviesa
en la vía. El hambre... digamos… corta las cercas de alambre y
dejan que las vacas pasten en la línea con la esperanza de que alguna la
arrolle el tren y una vez que eso pasa, se baja todo el mundo del tren cuchillo
en mano y no dejan ni el rabo, solo cascos y tarros”
Un
matarife de apodo Bocavirá en los años 90’s había montado un
sofisticado sistema de sacrificio animal dentro de una casa de madera en el
reparto Modelo de Regla. Una vez que lograba córtale la yugular a la bestia,
iba desangrándola y vertiendo la sangre por el inodoro. El plan resultó
perfecto hasta que trató de derribar a un caballo de un mandarriaso en la
cabeza y el caballo a patadas derribó las paredes de la casa y salió por todo
Regla corriendo y choreando sangre. El hecho puso en descubierto al célebre
matarife Vladimir Bocavirá que pasó de vivir en una casita de
madera en el reparto Modelo de Regla a vivir en la prisión Modelo del
Combinado del Este en una lujosa celda de concreto por los próximos 15 años.
Todas estas historias resultan crueles, mas cuando el hombre entra en un estado de supervivencia, muchas veces es la única escapatoria al hambre. El hambre puede sacarle los comportamientos bestiales a un hombre. Me contó alguien que trabajó en el ordeño de vacas, que le ponían jabón liquido en las rampas de acceso al puente de ordeño para que las vacas se rajaran de las patas delanteras y una vez que no podían producir, las sacrificaban con autorización de un médico veterinario que llegaba a certificar, adivinen cómo; con jaba y cuchillo en mano.
El
parque zoológico El Bosque de Santa Clara tenía un pony en los años 90’s que
generosamente se dejaba atar a un carruaje y ofrecía sus servicios paseando a
los niños que asistían al parque. Una noche hubo un apagón breve y se
escuchó en todo el reparto Virginia los relinchos del adolorido animalito. Acudieron los vecinos del lugar para encontrar al pony parado en
tres patas, le habían cortado vivo una de ellas y si no fuera porque la luz
regresó en pocos minutos, le cortan las cuatro patas vivo. Finalmente tuvieron
que sacrificarlo.
He
tratado de resumir lo que empezó con el sacrificio de los búfalos de agua de Bainoa y concluyo con estas anécdotas que relato como me las relataron, y para
los que ya han olvidado el hambre, les dejo un texto breve, también de mi libro En el lenguaje lascivo de los perros.
Ejercicio para la memoria
Ah,
carne de res- decían las viejas y entornaban los ojos como buscando en la
parte del cerebro donde se guardan los sabores, y alargaban la lengua como una
salamandra que intenta cazar un animal a puro tacto. Ah, carne de res-
decían, y extendían los brazos balanceándose en una danza de demencia y
quedaban suspendidas o en trance o levitando en la punta de un pie sobre las
cercas de alambre y finalmente
se pasaban la mano por la boca y repetían el mismo ejercicio con las palabras:
Chocolate
Jamón
Pescado
Queso
Helado
Cake
Caramelo
Pan…
y
una interminable lista, porque la carencia conspiraba secretamente y alargaba
la lengua como una salamandra y cerraba los oídos y los ojos. La carencia tejía
un jamo hondo y lo bajaba a las profundidades y unía con un anzuelo la boca con
el pensamiento y el visible hilo de saliva cayendo como un ancla a tierra, les
devolvía un rostro visiblemente amargo.
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