martes, 1 de noviembre de 2011

Lo pusieron a dormir


Así mataron al abuelo. El abuelo tenia tantos años que ya había olvidado la fecha de su nacimiento y el nombre de los hijos que tuvo y las historias que contaba. Se había encerrado en su cuarto y gradualmente perdió la habilidad de caminar y después la habilidad de reconocer a la gente y finalmente toda habilidad. Alguien comento una tarde, -Hay que ponerlo a descansar- a descansar de qué -me preguntaba, si estaba allí en su inmovilidad mirando al techo hacia tanto, sin hacer otra cosa, mirando al mismo punto, tal vez a alguna tela de araña o algún dibujo imaginario, pero mirando sin pestañar al mismo punto como quien vela el salto de una bestia feroz, o la entrada de la muerte por algún agujero del techo. -Ponerlo a dormir-, decían, como si fuera un perro enfermo y no había padecido de nada, solo de vejez y estaba allí con la boca abierta sin emitir queja alguna; esperando tranquilo la muerte.

La tarde que lo “pusieron a dormir” trajeron muy temprano una caja de tablas con la misma hechura rustica de la caja en la que enterraron al piloto, como hecha por las mismas manos y la acomodaron sobre una mesa del patio y allí se quedaron aguardando los enterradores en silencio. Ya le habían rezado tantas veces que las mujeres estaban roncas de la seguidilla de sus oraciones y tenían las rodillas peladas del suelo de cemento y los ojos hinchados de llorar a quien aún no había muerto y se hacía tarde y estaba allí aún mirando al mismo punto. Le trajeron entonces a un Cura, de no sé donde porque no había Curas en Santa Ana de Viajacas; ni predicadores, pero trajeron a un Cura y estuvo a solas con él y le pidió que confesara y no hubo confesión, ni secreto, ni dijo cosa alguna sobre las monedas y se hacía tarde y en el patio los enterradores aguardaban en silencio. Entrada ya la noche le pusieron colonia, trajeron agua y le mojaron los pies y las palmas de las manos y le embadurnaron le barbilla con jabón y le afeitaron y aún seguía allí con los ojos abiertos mirando al techo como resistiéndose a la muerte, como si dijera -espera, tengo aún cosas que decir-, mas no decía nada y estaba lejos como en profunda meditación o sueño y se hacía tarde. Pusieron entonces una sábana blanca sobre el piso de cemento y lo colocaron sobre el piso frio y se sentaron a esperar y finalmente en una exhalación se dejo llevar en brazos de la noche o lo arrastro la más súbita de las pulmonías sin decir nada y aunque hubiera dicho – espera, tengo aún cosas que decir-, ya era tarde y se lo llevaban de prisa los enterradores.

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