Para retratar a un tabaquero no basta un artista plástico, hace
falta un grado de nostalgia y el adentramiento doloroso en la tierra sin
palabras. Un retrato del campo cubano estaría incompleto sin la simbiosis que
crea el humo de un tabaco sobre una taza de café y el aroma de ambos levitando,
estaría incompleto sin un taburete en una habitación llena de humo donde se
conversa finamente. “El guateque de los tabaqueros” es eso, y es un
adentramiento en el aroma usando como mapa las rutas trazadas en una hoja de
tabaco, y en ese viaje que sugiere Edin Gutiérrez hay una palma, un laúd y una
tonada desterrada que se resiste a vivir lejos de su raíz guajira.
La palabra guateque propone controversia y eso
también nos regresa al campo y al paisaje que ha dejado de ser real y se
convierte en la idealización de lo que fue, un paisaje siempre unificador, como
unificador para dos poetas en una controversia resulta ser un trago de ron del
mismo recipiente entre décima y décima, así ha llegado a ser entre tabaco y
tabaco el aroma de este, para dulcificar el antagonismo de los tabaqueros.
Los tabaqueros tienen todos la misma sangre, una
sangre verde y hablan todos el idioma del humo, y tienen un secreto que los
desune y una tripa común que los teje; la hoja de tabaco, por lo que puede
decirse que son nacidos de una misma fibra, una raíz que trasmigró
acompañada de esa cubania congénita que gravita en el humo y te penetra el
cuerpo y te borda sin pedir permiso los hilos de la guayabera.
Adalberto Guerra
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