En la sabiduría de los ancianos me he adentrado siempre con la esperanza del refugio. Cuando me disponía a escribir esta reseña me acorde de un comentario que me hiciera un viejo amigo y eterno aprendiz de músico al que criticaban sus vecinos por los contantes desacordes en las horas de la madrugada. Me dijo: “sigo tratando porque hay dos tipos de personas solamente: los que nacen para colgarse de la vida y los que cuelgan la vida para los que nacen”, de la prole de aquel anciano sin futuro para la música nació ese gran concertino violinista de La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba que es hoy Ariel Sarduy Méndez.
Todo hombre nace con el deseo natural de fabricar ya sea una casa, hacerse un nombre, un puente, o algo perdurable. Cuando llegué a Santa Cruz del Norte, en mis años jóvenes, mi ilusión primera fue fabricar en la isla de Rotilla y hacer un puente para unir la antojadiza piedra con la tierra firme. Después descubrí a Chipiona, por algo inexplicable para mí en aquellos tiempos, me sentía atraído por la piedra lisa de su fondo, su aislamiento, su olvido. El lugar estaba vedado por la guardia que custodiaba la ronera Havana Club, a la que no fue difícil sobornar con langostas, así que mi área preferida para la pesca de buceo llego a ser por muchos años, Chipiona. Con la anuencia de los custodios podía adentrarme en la ensenada, bordear la piedra, apreciar su fondo, ya sentía aquella ensenada como mía, yo la miraba desde el agua e imaginaba una casa enclavada en el diente de perro, y decía para mis adentros, “algún día…algún día”, solo había un problema, aquella ensenada para mi desconocimiento tenia dueño desde las primeras décadas del siglo XVI y su dueño era, nada más y nada menos que el mismísimo Gobernador de las Islas, Don Diego Velásquez de Cuellar. Diego Velásquez fue el primer Gobernador para la Isla de Cuba en representación de la Real Corona Española, por lo que es correcto decir que el trono de España tuvo silla y representación real en Santa Cruz del Norte cuando eligió Chipiona y fabrico allí su residencia de verano. Chipiona es nombrada para gloriar a la otra Chipiona, la española. Los predios de Diego Velásquez comprendían desde Rotilla, que fue nombrada en honor a Rota de Cádiz (Andalusia-Espana), hasta Boca de Axaruco que era el nombre que se conocía en aquel entonces la ensenada de Boca de Jaruco y hacia el sur “hasta donde la vista abarcaba” y allí estableció su hacienda agrícola y ganadera en asociación con Juan Dallas de Soria. Se implemento la tala de árboles en la región y se creó un astillero en la Ensenada de Axaruco de donde salieron, por ordenes de Diego Velásquez, 11 embarcaciones el 8 de Febrero de mil quinientos diecisiete comandadas por Francisco Fernández de Córdoba, llegando el 15 de Febrero a una península que los mayas llamaban "in ca wotoch" que quiere decir “esta es mi casa” y que pusieron por nombre Punta de Catoche, hoy Cabo Catoche (Península de Yucatán). Como conclusión: ¡Que mala suerte la mía!, pudiendo el almirante adueñarse de cualquier parte de la isla escogió de lo bueno, lo mejor. Las ensenadas de Chipiona, Boca de Jaruco y Rotilla fueron posteriormente usadas por piratas para camuflar sus embarcaciones cuando estas eran perseguidas, con el tiempo las tierras fueron repartidas en hatos y llegaron los asentamientos de las primeras familias española que dieron surgimiento a lo que actualmente es Santa Cruz del Norte. Chipiona es hoy un lugar perdido en la enredada manigua cuando debía estar protegida por ser un sitio de valor arqueológico importante, está habitada por otros piratas (los piratas del ron), chipojos, mangle, aros de toneles de la ronera con los que crearon una especie de barrera inútil contra robo en los años 80's, antes de que erigieran cercas de cemento, en fin, está sucia, sumida en el olvido, desprotegida en su brutal belleza, y yo …yo “sigo tratando porque hay dos tipos de personas solamente: los que nacen para colgarse de la vida y los que cuelgan la vida para los que nacen”…. “Algún día…algún día”.
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