lunes, 7 de febrero de 2011

El Amor que se volvió piedra

El primer gobernador de la Isla de Cuba, Don Diego Velásquez de Cuellar, quien escogiera la ensenada de Chipiona como su morada de verano en las primeras décadas del siglo XVI, y extendiendo su hacienda en los limites que hoy ocupa el poblado de Santa Cruz del Norte desde Rotilla hasta Boca de Jaruco y hacia el sur “hasta donde la vista abarca”, tenía en Hernán Cortez su mejor aliado y enemigo. Diego Velásquez y Hernán Cortes llegaron juntos a Cuba en 1511 y una vez nombrado Velásquez el Gobernador de Cuba para la Real Corona Española, Cortes llegó a ser su más alta figura política en la colonia insular, ocupando puestos como Magistrado Municipal de Santiago de Cuba, secretario de Gobernación para la Isla de Cuba y cuantos títulos podían arrancarle a la corona en base a las promesas de expansión hacia otras tierras de América. Hernán Cortes tuvo algunos desencuentros con Diego Velásquez, pero el que nos ocupa hoy en cuestión originó toda las demás contiendas. Cortes pretendía a dos hermanas y cuñadas de Diego y finalmente termina casándose con Doña Catalina Juárez de Marcaida.
La leyenda del Fraile y La Monja, las dos formaciones rocosas que guardan la entrada de la ensenada de la playa Jibacoa, partió también de una historia de amor. Los amores truncos han poblado la historia y la literatura cubana, recordemos las decimas de Camilo y Estrella, de Chanito Isidron, o la relación de Gertrudis Gómez de Avellaneda con Ignacio Cepeda, por solo nombrar dos ejemplos. Las leyendas populares también se han hecho eco de amores truncos como es el caso de El Fraile y La Monja. Hay varias versiones, pero nos referiremos a la más pintoresca. 
Da origen a esta leyenda el amor que sostuvieron un hombre y una mujer de castas diferentes en oposición a sus familias, el caso fue que nació de ese amor criaturas gemelas y tratando los amantes de huir en una embarcación, zozobran frente a la costa de lo que hoy ha llegado a llamarse “la puntilla” (las piedras que allí hay sumergidas, dice la leyenda, son los restos de la embarcación). Los amantes perdieron a los recién nacidos en el agua, después de lo cual ella decidió volverse monja y él, fraile. Cuentan que para no quebrantar el pacto, uno se puso frente al mar de un lado de la ensenada de Jibacoa y el otro, del extremo opuesto, y que de tanto mirar al mar esperando la devolución de sus hijos, el salitre los volvió piedra. Hasta aquí la historia es realmente hermosa, lo que falta decir es que Rotilla tomó el nombre por Rota de Cádiz-Andalucía, así sucesivamente Chipiona y el mismo Santa Cruz, de Santa Cruz Tenerife y el Fraile y la Monja no es más que un capricho de los conquistadores y una remembranza de El Fraile y La Monja, peñascos también de Tenerife. (Foto abajo)
Enero 2011

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