sábado, 3 de marzo de 2012

Del silencio y las palabras muertas.

El silencio, que sabe acunarse en la vasta deformación del verbo,
como un ave traspasada me cae contra el cristal del ojo,
en otro tiempo,
yo le cavaba un hueco, decía unas palabras;
pero hay otras aves simultáneamente cayéndoseme
contra los cristales de adentro
y en vano las espanto, y muertas ya siguen cayendo,
por lo que voy dejando que el tiempo mismo caiga
y se junte al polvo como un tendón del polvo,
porque la vasta oscuridad y la luz misma,
y las seguras cuerdas por las que Dios baja,
y toda cosa, penden de la palabra,
y de las palabras muertas no nace la luz
ni se convoca un canto y la luz aparece
sobre las disimiles formas de las cosas muertas,
ni pudieran las cosas que he dado por nombradas
acomodarse en los pómulos de mis ojos
a mirar por mí la vida,
ó a hacer un recuento de la cosas que me faltan
porque las cosas nombradas
se diluyen en los sonidos de otras cosas
o toman la cotidiana forma de las cosas inútiles, con rapidez tal,
que uno queriendo nombrarlas,
se diluyen, y pasan a ser palabras muertas,
y de las palabras muertas no nace la luz
ni se convoca un canto y la luz aparece,
ni un canto puede disipar toda la tristeza acumulada en el ojo del buey
y levitarlo sobre la empírica zarza.



Ad G
6.20.2011

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