Pudiera un hombre creer que Dios habita sobre las cimentaciones del barro
o sobre las luces que trasiegan en el interior del humo,
y el humo mismo pudiera tragarle los ojos,
y aun creyendo pasar sin notar la carencia de la piedra dura
sobre los inseguros puentes que le tiende la noche al paso.
Un hombre pudiera caer de un andamio colgado del cielo
como un gato de mármol al pavimento
y morir y levantarse a colgar los ladrillos de una casa inconclusa
ó a amasar la harina de un pan imaginario
y tener a una mujer imaginaria
que le chilla al oído y le maldice y le dice muere….
y muerto ya, se para sobre las cimentaciones del barro
a discursar sobre Dios de una manera
que Dios mismo se sienta enternecido a llorar su muerte.
Pudiera un hombre por los caminos borrados del agua,
volver a tomar posesión sobre las cosas pérdidas,
llámese las cosas perdidas una casa
o la más sencillas de las cosas perdidas
y habiendo recobrado de la miseria
la parte armada de la vanidad,
se acuesta complacido y se levanta sin nada,
porque las muchas posesiones no son más
que la huella sobre el agua de las cosas que se hunden.
Hay hombres que se hunden en el agua,
literalmente se desploman en el agua,
se anudan el agua al cuello,
trafican en el interior del pensamiento con cuchillos de agua,
hay hombres que engullen las palabras
en el vientre del agua……. con tal monotonía
que el agua misma los rechaza,
que buscando un milagro golpean el agua, vanamente
y el agua les traspasa y les habita y se les acuna en el pecho
con un ruido de agua que solo el agua reconoce.
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