viernes, 1 de enero de 2010

Cocimiento para dormir una jaca de agua.


Para Kathy
El viejo salió al patio y miro al cielo con el desinterés de haber estado allí en el mismo lugar por mucho tiempo, emitiendo un quejido viceral meo sobre los plantones de la yerbabuena como si ignorara las propiedades curativas que juraba su mujer que poseía, entro en la casa y se tiro de bruces en la cama, lo esperaba una noche larga, tediosa, en la que atravesaba en un caballo de agua los ríos de la región en un extraño sueño recurrente. Le echaba la culpa a la vejez o al encierro, le echaba la culpa a su mujer que anegaba la casa en agua y le barría debajo de los pies y regaba religiosamente a las diez de la mañana los canteros de la yerbabuena.
Padecía de sonambulismo, decía su mujer y se quejaba de sus de ambulaciones por el patio, embadurnado en aceite de comer y en completa desnudez con un par de polainas espueladas y de su voz ronca de arriar un caballo invisible. Se quejaba de sus perros que poblaban el patio y meaban y dormían de día y vagaban de noche, aullando como si los estuvieran castrando con una hoja de serrucho. Bonita manera tienes de gozar tu holganza- le decía, cuando entraba desnudo en la casa por la puerta trasera y lo sacudía con fuerza por los hombros como a un muñeco, que gelatinoso y pálido se dejaba caer de bruces en la cama. ¿Te haces el sordo, ah?-, y comenzaba a darle ordenes como si escuchara y le seguía hablando sin parar hasta las diez de la mañana, hora en que salía a regar religiosamente los canteros de la yerbabuena y aquel olor a menta y orín rancio como una vaporización entraba por las rendijas de las tablas de la casa y sacaba las arañas y los alacranes de las grietas de la piedras y hacia que la vieja osamenta de su hombre se incorporara y emitiera un alarido y se estrellara los huesos de la espalda justo al pie de la ventana, mientras ella observaba su desnudez con el rabo de ojo, escudada en el pudor que habita en la mujeres de campo.
El había interpretado aquellos sueños como una revelación del futuro de Santa Ana de Viajacas que se había perdido entre las cercas y el marabú como un animal raro, de antemano sabía las premoniciones que estaban reservadas en el hígado de las vacas y del raro comportamiento de los perros. De aquellos sueños vinieron las anécdotas que contaba en todas partes y aquel olor del fondo de los ríos que expiraba su piel. Las historias se habían entrelazado con historias conocidas y historias aun por suceder, o puro invento, porque era -un verdadero charlatán- decía su mujer. El viejo estaba en el centro del la conversaciones de las viejas de Santa Ana de Viajacas que lo vieron mil veces pasar plateando por los patios su aceitosa desnudez y perderse en la oscuridad, por lo que llegaron a calificarlo de mira-hueco más que de un promisor del futuro. Lo cierto es que hablaba de manera sospechosa con las manos en los bolcillos como contando monedas o como si buscara algo en el fondo. Si pasaba una mujer, tornaba los ojos y se perdía en la historia o hablaba cosas incoherentes o usaba la muletilla -de eso.... que- y proseguía hablando de una chiva en el cuento que había empezado en una vaca.
Sin resultado alguno, su mujer había tratado todo remedio conocido para el sonambulismo y se adentraba en la brujería con la esperanza de la devolución de aquel hombre con la apariencia de un vendedor de paraguas que en los años de la juventud había llegado a Santa Ana de Viajacas, desposeído de todo pasado, con un costal al hombro y una insolación extrema de andar sin aparente rumbo por el lecho seco del rio de Viajacas.Un amare-, le recomendaron las viejas de Santa Ana de Viajacas, y los amarres -no devuelven al hombre, pero seducen el cuerpo.
El viejo entro por la puerta del patio y se tiro en la cama en espera de una noche larga, su mujer le introdujo en la boca el borde de una jícara con una fusión hirviente, busco alguna mueca en su cara, mas estaba entrado ya en un profundo sueño y sentía que el cuerpo se le iba por las grietas de las tablas y traspasaba los alambres de la cerca del patio y los portones del cerradero de los animales y se caía de bruces en el lecho del rio, quiso gritar y se fue yendo cada vez más hondo, más lejos del sonido de aguas calmas que tenían las paredes de su casa..


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